Necesitamos líderes abiertos y humanistas, que desmonten el divismo machista de los iconos del Management, sobrados de visión bélica y astucia competitiva. El artículo bosqueja ocho rasgos de ese nuevo liderazgo.
- Subsidiariedad:
Interviene sólo cuando hace falta porque es capaz de contribuir al despliegue de un sistema que funciona con autonomía, y que no depende tanto de él/ella. Parece a veces que no está, e incluso puede ser cuestionado por eso; pero su rol no es otro que facilitar un entorno de gestión colaborativo, donde la gente se sienta co-responsable de lo que hace; basado en motivaciones intrínsecas y no en llamadas desde el despacho del jefe.
- Coherencia:
Ser predecible no es tan malo como cuentan en creatividad, porque es bonito, claro que es bonito, que de uno/a digan: “oye, sé lo que puedo esperar de ti”. Pero mientras algunos (como yo) llamamos a eso “coherencia”, otros lo interpretan como “rigidez”, usando la excusa de la flexibilidad para renegar de cualquier gestión por principios.
En cualquier caso, el líder humanista no es un fanático. Si cambia el escenario, y resulta que no queda más remedio que contradecirse (a pesar de todo, eso ocurre); entonces lo explica bien, con argumentos que se entienden, y sin trampas. En definitiva: “Haz lo que digo, porque lo hago”.
- Sensibilidad:
La virtud está en los detalles, que es donde un líder se pone a prueba. Empatía, sensibilidad, calidez y humanidad son atributos que le pediría, empezando por esta pregunta que dice mucho de cualquier persona: ¿Cómo trata al eslabón más débil? También observaría otras cuestiones, por ejemplo: ¿jerarquiza en exceso su agenda? ¿tiene la generosidad de separar la forma del contenido? ¿escucha fuentes alternativas, de gente que está a pié de calle? ¿escucha de verdad, o hace el paripé de que escucha?
Esta sensibilidad es paradójica, y puede interpretarse por algunos como debilidad, al moverse por territorios hostiles (“los mercados”) donde se adiestra al líder para mantener distancia y ser suficientemente frío en la toma de decisiones duras. Nadie dice que este equilibrio sea fácil, pero el líder humanista juega con una baza a su favor: al poner siempre en el centro a las personas, sabe a qué atenerse en última instancia.
- El mérito como fuente de autoridad:
Entiende que “poder” no es lo mismo que “autoridad”, así que procura cultivar una autoridad legítima, que se base en la confianza y en la transparencia. Se le respeta porque en su itinerario vital consta haber tomado más buenas decisiones que malas. Los hechos hablan por el/ella, en lugar de las palabras.
Pero aquí de nuevo corre el riesgo de ser tachado de “débil”, porque la sociedad está demasiado acostumbrada a un poder-que-ladra, que alardea de sus prerrogativas, y que apela a unos “derechos” que son más fáciles de documentar que los méritos.
El líder humanista no se siente cómodo en entornos donde las fuentes de poder se basan en la coerción, el mandato o el dedazo
- Valentía para navegar contra corriente:
La gente cobarde, calcúlalo-todo, no es líder, ni es nada que se le parezca. El que gestiona a base de estudios de mercado, o lanzando globos-sonda para ver cómo reacciona el personal, no va a hacer cosas diferentes, ni va a transformar nada. El líder humanista siente miedo, como cualquiera, pero sabe gestionarlo porque la armonía que encuentra entre pensar, decir y hacer, le aporta un extra de energía que a otros les falta.
Es gente que escucha, pero que otorga prioridad a sus propias convicciones, por las que se guía mientras no le convenzan de lo contrario
- Optimizadores de la diversidad:
Ésta es otra de las habilidades que yo destacaría más. Las líderes humanistas entienden las zonas grises, que nadie es perfecto, ni horroroso; y que todo el mundo tiene cosas que aportar. Saben gestionar la diferencia, y valorizar lo mejor de cada talento. Howard Gardner habló de las “inteligencias múltiples”, y ésta es probablemente la teoría que mejor empaque metodológico aporta a este rasgo del directivo humanista.
Su desafío está en conseguir cosas significativas con el material que tienen, en lugar de quejarse de lo que le falta
- Generosidad, y… carisma en su justa medida:
El nuevo liderazgo mira con desconfianza al “chupa-cámaras”, al careto tan seductor que ciega las entendederas, y anula la capacidad de pensar de los demás. Vale, el carisma está bien, ayuda e inspira, pero esto no va de colonizar revistas en plan Steve Jobs, sino de que mucha gente se reparta las portadas, que las medallas se socialicen, y que cada uno/a sea atribuido/a con la cuota de reconocimiento que merece.
Los excesos de personalismos dan repelús, y son una tomadura de pelo a la condición humana que es esencialmente social
- El fin no justifica los medios:
Esto es importante, muy importante. Un canalla despótico que consigue arrastrar a su organización al top de su mercado para algunos será un líder, pero para mí no. Habrá que ver cómo lo ha conseguido, qué hay detrás de la historia oficial, y si el coste pagado (socialmente hablando) para llegar allí no ha sido excesivo.
Sé que estos rasgos pueden parecer ridículamente “buenistas” para algunos. También que este perfil entra en conflicto con el escenario ferozmente competitivo en el que vivimos hoy, y que quizás prima otros atributos. Pero no quiero que se vea como algo binario, ni como una carta a los Reyes Magos.
Creo en líderes así, porque conozco a personas que se mueven según estos referentes y que gracias a eso forman equipos eficaces. En ese menú de virtudes también caben debilidades. Lo que yo veo como positivo, otros pueden percibirlo como un hándicap. En algunos casos nos movemos en equilibrios inestables de difícil gestión.
Pero de eso se trata, de despertar el imaginario y reflexionar sobre un nuevo liderazgo más abierto, participativo y humanista, que desmonte el divismo machista y egocéntrico con que nos siguen presentando a los líderes las revistas de Management.