Otra de las llagas dejadas por Bezos y compañía está centrada en el apartado fiscal. Durante la primera década de existencia de Amazon, ésta contaba con un valor añadido frente a las minoristas convencionales, ya que no debía cobrar impuestos sobre las ventas de sus productos a sus clientes. Al día de hoy, parece que los rifirrafes ejercidos por los grupos de presión, tanto en representación de Amazon como de sus más agresivos detractores, han conseguido que la empresa de Bezos se haya visto obligada a pasar la factura impositiva a sus usuarios en un total de diecinueve estados de los cincuenta que componen el país, aunque varios todavía están en lista de espera.
A muchos les sorprenderá saber que Bezos tiene una profunda relación con España, a través de su padre adoptivo, Miguel “Mike” Bezos. Su extrema curiosidad hizo que el fundador de Amazon se plantase un verano en Villafrechós, en Valladolid, con su familia y un grupo de escoltas para descubrir los orígenes de su apellido y degustar platos tradicionales de la tierra.
A través de las inversiones de Bezos y sus hermanos, esta organización ayuda a financiar y esponsorizar ambientes de aprendizaje rigurosos, intentando mejorar el sistema educativo, no sólo de Estados Unidos sino del resto del mundo. Para muchos, Bezos es un héroe. Para otros es un villano. Sin embargo, en esto del capitalismo moderno sólo sobrevive el más fuerte, y Jeff ha demostrado la suficiente capacidad para sortear los devenires más extremos.
Quizá el halo de misticismo, su carácter agresivo a la par que amable, lo han convertido en una figura casi mística o diabólica, según a quién se pregunte, pero no se puede negar su ingenio y su capacidad para innovar en los sistemas masivos de consumo e intentar entender a sus clientes hasta rozar la obsesión. […]
Un genio en pañales
Primero quiso ser arqueólogo[…] Más tarde astronauta, físico o ingeniero informático. A pesar del múltiple abanico de posibilidades y aspiraciones que le rondaban por la cabeza a Jeff Bezos […] siempre tuvo como referencia al vaquero que aún lleva dentro de adulto. “Creo que todavía hay algo de ello en mí”, ha afirmado el propio Bezos.
Uno de los legados que su abuelo materno, Lawrence Preston Gise, dejó en manos de su nieto cuando éste apenas levantaba un metro del suelo. Por aquel entonces, con cuatro años de edad, un chiquillo rubio con botas y sombrero de cowboy trasteaba por el inmenso rancho que los Preston poseen en Cotulla, Texas, escoltado siempre por Spike, el fiel perro de caza al que posteriormente hubo que amputarle la cola.
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Jackie, en la actualidad la matriarca del clan, demostró su valentía al pasar por la vicaría cuando todavía era una adolescente. En un momento donde una muchacha de diecisiete años embarazada necesitaba de un compañero masculino para no convertirse en la comidilla del lugar, la madre de Bezos no dudó en separarse de su progenitor biológico no mucho después de aquel 12 de enero de 1964, cuando dio a luz su primer retoño, Jeffrey Preston.
Jeff, curioso por naturaleza, nunca desarrolló interés alguno por contactar con aquel hombre que se esfumó rápidamente de su vida. “La única vez que este asunto sale a la luz es cuando acudo al médico y me preguntan por mi historial — ha reconocido Bezos en múltiples entrevistas—. Simplemente, digo que desconozco esa parte de mí”. Para Jeff su verdadera figura paterna es Miguel “Mike” Bezos. El hombre que lo crió desde que cumplió cuatro años y quien le entregó su apellido, cuya pronunciación en inglés equivale a la palabra “besos”. Mike consiguió abandonar Cuba allá por 1962 cuando apenas rondaba los diecisiete años gracias a la ayuda de la afamada misión católica, conocida como Operación Pedro Pan. Orquestada por el padre Bryan O. Walsh, dicha intervención se convirtió en uno de los rescates políticos más importantes de la historia. Desde su comienzo el 26 de diciembre de 1960, hasta su fin en octubre de 1962, alrededor de 14,000 niños y niñas cubanos de entre seis y diecisiete años fueron trasladados a tierras estadounidenses.
Cuando puso pie sobre territorio norteamericano, Miguel ni siquiera sabía chapurrear inglés, pero consiguió dominar la lengua al mismo tiempo que acudía a un instituto en Delaware, y encadenaba variopintos empleos que le permitieron continuar con su educación y licenciarse en la Universidad de Alburquerque, Nuevo México. Fue en uno de los turnos de noche como oficinista en un banco local donde conoció a Jackie. Pronto surgió el amor y ambos se casaron poco después.