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La arqueología mexicana, una historia de siglos

La arqueología mexicana, una historia de siglos

La historia de la arqueología en México se remonta al siglo XVI cuando a su llegada a Mesoamérica, los españoles y europeos quedaron impresionados con el mundo tan diferente al suyo que encontraron y tuvieron el interés por conocerlo y documentarlo:

“Estaban los cronistas militares y civiles, así como los frailes, quienes proporcionaron una rica información sin la cual, quizás, no se podría entender muchos de los aspectos del pasado. La riqueza de los códices prehispánicos, relatos coloniales, lienzos y mapas, es información que les permitió conocerlo y empezar a investigarlo”.

Así lo relató el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), al participar en el curso superior “La visión antropológica e histórica de México. Homenaje a Rodolfo Stavenhagen”, organizado por la Academia Mexicana de Ciencias Antropológicas (AMCA), en honor al sociólogo fallecido el 5 de noviembre pasado.

Autor entre otros libros de Breve historia de la arqueología en México (SRE, 1992); “Historia de la Arqueología en México II. La arqueología y la Ilustración (1750-1810)”, publicado en 2002 en la revista Arqueología Mexicana; y Arqueología del México Antiguo (Jaca Boks-INAH, 2010), hizo el recuento de esa disciplina que ha sido su profesión desde hace décadas. Se recordará que entre sus proyectos más destacados está el de las excavaciones en el Templo Mayor en el corazón de la Ciudad de México, de las cuales fue responsable, entre 1978 y 1982, además de haber investigado en la Zona Arqueológica de Teotihuacán.

En su recuento, el académico señaló que fue en los siglos XVII y XVIII cuando ya propiamente, la arqueología comenzó a encontrar vestigios de lo que se había documentado. Destacó que al rey Carlos III de Borbón le interesó esta disciplina, e incluso siendo rey de Nápoles y Sicilia, ordenó las excavaciones de las ciudades de Pompeya y Herculano.

Luego, al asumir el trono español, dio indicaciones para investigar el pasado y los vestigios históricos de las colonias españolas. Así, el militar y naturalista Antonio de Ulloa, creó el Real Gabinete de Historia Natural, para agrupar antigüedades, fósiles minerales, animales y monumentos arqueológicos.

Señaló como un momento especial el año de 1700 cuando se dio a conocer el hallazgo de las ruinas de El Tajín y los trabajos realizados por José Antonio Alzate en Xochicalco, titulados Descripción de las antigüedades de Xochicalco.

Otro acontecimiento, sin duda relevante, fue el descubrimiento de la impresionante escultura de la diosa Coatlicue, que anteriormente –precisó– fue llamada Teayoamiqui. Éste se realizó el 13 de agosto de 1790, en las excavaciones de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, ordenadas por el virrey Juan Vicente Güemes Pacheco y de Padilla, segundo conde Revillagigedo.

El mismo año, pero el 17 de diciembre, se encontró la Piedra del Sol y posteriormente la Piedra de Tizoc. Hay que mencionar que en el lujoso y bellamente ilustrado volumen Escultura monumental mexica, que Matos publicó con su colega Leonardo López Lujan, da cuenta detalladamente del momento del hallazgo de las piedras mencionadas, con documentos históricos y crónicas, así como de su descripción y se acompaña de fotografías.

Matos refirió también la arqueología del siglo XX en la cual tuvo relevante papel Leopoldo Batres, “un capitán lancero del ejército de Benito Juárez dedicado a la arqueología”. Trabajó en varios lugares, pero Teotihuacán es uno de los más emblemáticos, pues reconstruyó (para bien o para mal, según la perspectiva histórica, académica, conservacionista o el fin con que se mire ahora en el siglo XXI) la Pirámide del Sol.

El arqueólogo señaló que hizó además uno de los primeros museos de sitio:

“A él se le debe la instauración de la inspección de monumentos, con lo que se busca vigilar todo lo relativo a excavaciones arqueológicas, a la protección de monumentos, entre otras tareas.”

Más tarde vendría la creación de la Escuela Internacional de Arqueología Etnología Americana a la cual se incorporaron además de la arqueología, disciplinas lingüísticas y etnografía, entre otras, y egresaron personajes como Manuel Gamio y Franz Boas.

Recordó también que en 1825 en el primer gobierno independiente, por decreto presidencial de Guadalupe Victoria, se creó en la calle de Moneda en el Centro Histórico el Museo Nacional, antecedente del Museo Nacional de Antropología construido por Pedro Ramírez Vázquez en 1964 en el Bosque de Chapultepec, el cual fue declarado monumento nacional y sigue considerándose un hito en la historia de los museos hasta la actualidad.

Cuando apareció Arqueología el México antiguo, López Lujan destacó que se trata de una “obra erudita… digna sucesora de la Historia de la arqueología en México”, de Ignacio Bernal, publicada en 1979.

La mujer de la ventana | A.J. Finn

La mujer de la ventana | A.J. Finn

Libro del Mes  |   Mayo 2018

Una mujer sola y vulnerable, recluida en su casa, ve desde la ventana algo que no debería haber visto. Pero nadie la cree“.

Al terminar “La mujer en la ventana” del americano A. J. Finn. Me ha tragado. Ella a mí, no yo a la novela. Sus 537 páginas me han engullido de forma inmisericorde, cual chacal con su presa. Escritura brillante, amenísima, investida de agilidad, de sencillez y encauzada con excelente tino en los sinuosos diques de la intriga. Jamás roza la crueldad o el miedo, aunque mis ojos —qué le voy a hacer— han montado guardia alrededor de mi aposento y, de vez en cuando, se me ha escapado una mirada furtiva de parte a parte. La escritura de A. J. Finn me ha enamorado. Funde estilo, misterio y entretenimiento.

Decir que es una historia de suspense es decir poco. Una empieza a leer y siente un secuestro fulminante por una mujer que padece agorafobia en estado grave. Es probable que dentro de unos años, el nombre de A.J. Finn quede vinculado, en la historia de la literatura, al de la protagonista de esta novela: Anna Fox. Con ella ha creado un personaje absolutamente magnético y extraordinariamente misterioso.

Madre separada de una niña de ocho años, psicóloga infantil que vive recluida en su casa de Harlem. Su trastorno mental la incapacita para salir. A través del teléfono, la voz de su ex marido (Ed) y la de su hija (Vivvy, o simplemente, Viv) la mantiene ligada a la vida. Apoltronada en el colchón jadeante del tiempo, las horas se le hacen eternas y cuando el tedio afila sus colmillos, participa en un foro de ajedrez, entra en algún chat de internet, o disfruta de una película clásica de cine negro, siempre, con un vaso del mejor tinto en la mano. El vino —ya lo dijo el bueno de Bernard Shaw— es la mejor anestesia para soportar las intervenciones de la vida. Con fármacos, soledad y alcohol, el cóctel para el desastre está servido. Basta agitarlo, no mezclarlo —que diría Bond—, y esperar el efecto que produce su ingesta.

 

 

La casa de Anna es grande y sus ingresos pequeños. Así que decide compartirla con David, un inquilino guapísimo con aspecto de hombre duro, a quien brinda hospedaje en el sótano a trueque de colaborar en el mantenimiento de la vivienda.

Como hiciera el mismísimo James Stewart en la mítica película de Hitchcock, la única forma que tiene Anna de intervenir en los acontecimientos es contemplar los hechos desde la ventana. Con el zoom de la observación y la precisión de su Nikon, no pierde detalle de cuanto sucede en las casas de sus vecinos. Vecinos que no tienen nada de particular, excepto que están justamente enfrente y se cuelan en su vida para trastocarla del todo. A fuerza de ver demasiado y de observar demasiado, Anna es una vecina que sabe demasiado (de nuevo guiño al Hitchcock de “El hombre que sabía demasiado”).

Un día, arrellanada en su sofá, ve cómo su vecina es apuñalada —nuevo guiño al maestro con el recuerdo de la ventana más indiscreta del cine—. Poco sabe de ella, excepto que tiene nombre de sex symbol (Jane Russell) y una vida familiar desafiante. La escena fatídica se convierte en una obsesión para ella, en una angustiosa pesadilla que se apodera de su vigilia como embriagadora lengua de fuego, y de la nuestra, naturalmente, mientras deambulamos por los capítulos.

Lo que tiene de excepcional “La mujer en la ventana” es la construcción de la trama. Se me antoja fabulosa, y el cierre, redondo. Eso sí, hasta llegar al broche final, es una apisonadora. Nos atropella. Narrativamente, es perfecta. En este debut de la novela negra, el americano demuestra un estilo pulidísimo. Para atenazarnos la yugular, no necesita ni muchos personajes, ni mucho diálogo, ni mucha acción. Su única arma es la tensión psicológica, una tensión que se pega a nuestros pies cuando pisamos el felpudo de la vivienda de esta agorafóbica, que nos hace sentir descalzos cuando entramos en su casa, y cuya gelidez no abandonamos hasta llegar a la última palabra de la última página. La tensión psicológica es de gran escritor, insisto. Manejada a su antojo, dosificada como el mejor thriller.

Novela francamente muy recomendable. Con un gozoso secuestro y un homenaje al mejor cine noir, estas páginas empapelarán el tiempo de quien la escoja con afán de encontrar evasión y entretenimiento. El autor sabe bien cómo robar el aliento del lector sin brusquedad, soltando el sedal de la intriga poco a poco, que es, seguramente, como se roba con éxito.

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¿Por qué la comida mexicana es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?

¿Por qué la comida mexicana es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad?

Desde 2010, la comida mexicana es considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Esto quiere decir que la Unesco, por sus siglas en inglés, se compromete a proteger y preservar las tradiciones culinarias de México para la posteridad. Este mismo título se le ha otorgado a fiestas religiosas, artes escénicas, danzas, artesanías y lenguas alrededor del mundo.

¿Cómo fue que la gastronomía de México se unió a esta lista? ¿Por qué la comida mexicana es Patrimonio de la Humanidad? Hay más de un respuesta a estas preguntas:

Por lo antiguo de sus raíces. Ingredientes como el maíz, el chile y el frijol son herencia milenaria de nuestros antepasados. Estos elementos han sobrevivido al mestizaje cultural y al paso del tiempo, lo cual los convierte en tesoros históricos, dignos de ser preservados.

Lo mismo aplica para técnicas de la cocina mexicana como el uso del comal, el metate y las ollas de barro.

Por su papel como elemento de identidad. La comida mexicana es como los mexicanos: colorida, extravagante, alegre y muy creativa. Además, los ingredientes base son originarios de esta misma tierra y forman una parte fundamental de nuestro esquema de nutrición.

Por su diversidad. Cuando hablamos de la gastronomía de México, en realidad nos referimos a un gran colectivo de tradiciones culinarias tan variadas como las cocinas poblana, yucateca, oaxaqueña, etc. Aunque los ingredientes son parecidos, el espectro de sabores y combinaciones es muy amplio y cada región tiene algo que aportar.

Por los métodos de cultivo. Sistemas como el de las milpas y las chinampas, que aún se utilizan, son formas antiguas y creativas de cultivar, exclusivas de esta tierra.

Por sus combinaciones exóticas. Solo en México utilizamos el chocolate para elaborar una salsa picosa, como ocurre con el mole. Combinaciones como esa e ingredientes poco convencionales como el huitlacoche y una gran variedad de insectos le dan el toque exótico a la comida mexicana.

Por sus bebidas. Por si fuera poco, México cuenta con un extenso catálogo de bebidas artesanales como el tepache, el pulque, el tequila, el mezcal y el pozol. Todas están elaboradas a partir de ingredientes nativos y tienen sabores únicos que no se encuentran en ningún otro lado.

Estas son solo algunas de las razones por las que la comida mexicana fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Aunque, claro, los mexicanos no necesitamos de tantas explicaciones, de todos modos siempre estamos presumiendo nuestra gastronomía.

Lorenzo Servitje | Creo en Dios, la vida y el matrimonio

Lorenzo Servitje | Creo en Dios, la vida y el matrimonio

Nieto de campesinos catalanes e hijo de inmigrantes, Lorenzo vino al mundo en la Ciudad de México en 1918. Fue cocinero antes que fraile, pues comenzó a trabajar muy pronto, a los 16 años, en la pastelería que su padre abrió en la capital mexicana.

Lorenzo Servitje murió el pasado 3 de febrero del 2017, a los 98 años, y lo hizo dejando un imperio empresarial, Bimbo, con el que dio trabajo a decenas de miles de personas en todo el mundo gracias a las 170 plantas presentes en 22 países de América, Asia y Europa.

Nieto de campesinos catalanes e hijo de un matrimonio de inmigrantes, Josefina Sendra y Juan Servitje, Lorenzo vino al mundo en la Ciudad de México en 1918.

Fue cocinero antes que fraile, pues comenzó a trabajar muy pronto, a los 16 años, en la pastelería ‘El Molino’ que su padre abrió en la capital mexicana. En 1945 se lanzó a la aventura y fundó junto a varios socios “Panificación Bimbo”, empresa dedicada a la fabricación de pan de molde.

Siete décadas después su indiscutible talento como empresario ha hecho posible que sus herederos se vayan a repartir una fortuna valorada en 4.200 millones de dólares. Hasta ahí el aspecto material.

En lo familiar dejó ocho hijos, 24 nietos y 48 bisnietos y un testamento que será recordado como el de un hombre que pasó por la vida siendo algo más que un empresario de éxito. Bajo el título de “En esto creo”, Lorenzo Servitje se despide así de la vida:

“Creo en Dios y en Jesucristo y en sus designios sobre mí y en la realidad del acontecimiento que le ha dado a mi vida sentido y trascendencia así como esperanza y felicidad.

Creo en el reconocimiento y el respeto que se deben a la eminente dignidad como persona que tienen todos los seres humanos.

Creo ser tradicional en muchos aspectos y de vanguardia en muchos otros.

Creo en la vida, el amor de los esposos y en el valor del matrimonio tanto para los hijos como para el resto de mis seres queridos y la sociedad en general, con todo lo que implica de comprensión y entrega.

Creo en el valor de los amigos y de saber que soy escuchado, que cuento con ellos y que necesito de esa amistad que hace más sólida y placentera la vida.

Creo que hay que procurar el bien de quienes trabajan con nosotros y en general con quienes convivimos: vecinos, compañeros en las organizaciones a las que pertenecemos y nuestros conciudadanos.

Creo en la economía de mercado, en la empresa que debe ser no sólo altamente productiva sino también plenamente humana y en el importante papel que tiene en la creación de riqueza, el crecimiento económico y el empleo.

Creo que debemos pugnar por nuestro desarrollo y crecimiento personal continuo con la convicción de quien no avanza retrocede.

Creo en el valor de una vida sencilla y en necesitar pocas cosas.

Creo que todos habemos de tener una tarea o misión que nos apasione y que reclame nuestra entrega por entero.

Creo en la democracia como la mejor forma de organización política de la sociedad y en la necesidad de fortalecerla.

Creo que hay que ser amable y en lo posible sonreír, tener alegría y buen humor.

Creo que no hay que perder nunca la calma ni la serenidad y que es posible en la mayoría de los casos resolver los problemas con ecuanimidad.

Creo, que en general hemos de procurar no hacer grandes disertaciones al hablar, ya que lo bueno breve es mejor.

Creo en el desarrollo del carácter y de la fuerza de voluntad, de ser puntual, de aprovechar el tiempo, del ahorro, de la cortesía, la dedicación al trabajo y adquirir otras buenas costumbres.

Creo en el valor de la cultura y en apreciar lo verdadero y lo bueno y también la belleza en todas sus manifestaciones, como la poesía, la danza y la música.

“Creo que hay que tener una actitud positiva y optimista ante la vida y saberse despedir de ella y que no debemos dar demasiada importancia a nuestros problemas y defectos”

Creo en el respeto y la admiración del universo, de la naturaleza, el sol y las estrellas, los bosques, las selvas, las playas y los mares, las montañas, las nieves, las mañanas, los atardeceres, los animales y las flores.

Creo en la necesidad de tener participación social activa y comprometida y ocuparme no sólo de mis intereses personales sino también de los asuntos públicos y de la política.

Creo en un gobierno que logre la seguridad del país, la eficacia de la justicia, el crecimiento económico y el empleo, la educación de calidad y también la erradicación de la miseria y la reducción de la pobreza y la desigualdad social.

Creo en la posibilidad de conciliar los opuestos y que en su relación el mayor y menor, el primero debe hacer sólo lo necesario y el segundo lo más posible.

Creo, finalmente, que hay que tener una actitud positiva y optimista ante la vida y saberse despedir de ella y que no debemos dar demasiada importancia a nuestros problemas y defectos”.